Pecado original
Por Mercedes Trelles Hernández, PhD
19 de junio de 2009
Primero y ante todo, felicidades a todos ustedes que hoy reciben su Bachillerato en Artes Plásticas. Atravesamos tiempos difíciles, pero ustedes tienen una ventaja sobre los demás: los artistas siempre esperan tiempos difíciles.
El mejor ejemplo de cómo ser un gran artista nos lo da el hombre a quien hoy honra la Escuela de Artes Plásticas con un muy merecido Doctorado Honoris Causa: Luis Hernández Cruz. Él ha sido pintor, escultor y grabador por casi cincuenta años. Sus obras han marcado nuestro arte nacional de forma indeleble, ayudando a introducir la abstracción lírica, incursionando en la abstracción geométrica tipo "hard edge" y abogando de manera consistente y comprometida por la abstracción en todas sus vertientes. Sus pinturas y esculturas han rozado de cerca tendencias telúricas, geométricas, post-impresionistas y cinetistas, siguiendo siempre su propio compás, que lejos de ser dogmático, es uno sensual de amor a la forma y al color.
El artista ostenta una envidiable carrera académica. Recibió su bachillerato de la Universidad de Puerto Rico en 1958 y en 1959 obtuvo su maestría de la American University en Washington. Desde 1961 comienza a enseñar en la Universidad, convirtiéndose en profesor del Departamento de Bellas Artes en 1968, labor en la que continúa hasta 1994, siendo Director del Departamento en varias ocasiones a lo largo de sus años en la Universidad. También ofreció clases por cerca de quince años en la Escuela de Artes Plásticas. Y del 1995 al 2000 fue director del Museo de Historia, Antropología y Arte de la Universidad de Puerto Rico.
Todos conocemos la obra de Luis Hernández Cruz. La hemos visto en visitas al Instituto de Cultura Puertorriqueña, donde fue asistente del director por varios años y donde cosechó grandes éxitos, incluyendo dos primeros premios de la Bienal. La hemos visto al visitar el Museo de Antropología Historia y Arte de la Universidad de Puerto Rico, que fue escenario de una muy comentada muestra de vanguardia de la que él fue partícipe esencial en la década del sesenta, así como de numerosas otras exhibiciones de su obra. Luis A. Ferré, uno de los primeros coleccionistas de su pintura se las legó al Museo de Arte de Ponce. Y por supuesto, el Museo de Arte Contemporáneo y el Museo de Arte de Puerto Rico tienen piezas suyas. Además sus pinturas representan nuestro arte en lugares tan distintos como el Museo de la Organización de Estados Americanos en Washington y el Museo de Arte Contemporáneo de Seúl en Corea. Esto sin hablar de la labor gráfica que se encuentra extendida, verdaderamente, por doquier.
De hecho, sus obras han marcado de forma indeleble nuestros espacios públicos: ahí está el hermoso vitral Formas y trópico de la sala de drama René Marqués del Centro de Bellas Artes; las esculturas El Bosque del Jardín Botánico de la Universidad de Puerto Rico y Recogedor de estrellas de la UPR, Recinto de Humacao; y sus últimos vitrales para el Centro de Bellas Artes de Caguas y para la Estación del Tren Urbano del Sagrado Corazón en Santurce. Obras de gran tamaño, de formato heroico, como el recién estrenado mosaico en el exterior de las oficinas de Ballori y Farré en Hato Rey, y también piezas de formato más discreto, privado se esparcen por oficinas y residencias de la ciudad, marcando con colores saturados, con diseños intrigantes, con un lirismo persistente nuestro entorno. Simultáneamente sensual y de gran rigor, su obra nos reta y conforta a dondequiera que vamos.
El éxito del artista no es, sin embargo, algo que le haya sucedido casualmente. Por el contrario, es algo para lo que ha trabajado pacientemente y a veces en circunstancias desfavorables. Hernández Cruz es, pues, no sólo un gran artista, sino un gran ejemplo para futuras generaciones. Aún hoy, retirado de la UPR, pinta a diario. Sólo un hombre así, disciplinado y sobre todo con un gran compromiso con el arte abstracto pudo lograr que la abstracción llegara a tener un lugar tan prominente en Puerto Rico. Porque aunque parezca increíble, la abstracción fue difícil de establecer en nuestra Isla y confrontó grandes rechazos estéticos e ideológicos. Pero el artista no sólo supo sobreponer estos rechazos, sino que además ha sido ardiente proselitista de su arte, formando el grupo Frente junto a Paul Camacho, Lope Max Díaz y Antonio Navia en 1978 y luego creando los Congresos de Arte Abstracto en 1981 y 1982.
Admiro tremendamente a Luis Hernández Cruz y todo lo que acabo de decir no es sino un pobre resumen de su espectacular trayectoria. Pero lo que más me gusta del artista es, desde luego, su obra. Ésta es abundante y variada en medio tanto como en intención. No son muchos los artistas que pueden crear series gráficas tan hermosas como 14 paisajes (1969), esculturas, tan logradas como Forma de culturas arcaicas (1977) y pinturas tan espectaculares y difíciles como Pecado original (2003). Estas tres piezas resumen los temas principales del artista a lo largo de su carrera —el paisaje, el cuerpo y la abstracción— a la vez que dan testamento del espíritu de búsqueda del artista.
Con más de 8 exhibiciones individuales a su haber Hernández Cruz creó 14 paisajes en 1969. Tenía entonces 33 años y ésta era su primera serie gráfica de gran envergadura. Completamente abstracta —el paisaje se crea por el efecto de horizonte— esta serie ha sido vista por varios historiadores de arte como el punto de partida de la producción estética del artista por los próximos quince años. Sin embargo, lo que más me interesa de esta serie no es que sea un preludio, sino, por un lado, su contraste superlativo con el uso del linóleo en la gráfica puertorriqueña y por otro lado, su maestría compositiva.
Hasta la llegada de 14 paisajes, el linóleo era un medio fuertemente asociado con el Taller de Gráfica Popular mexicano y su uso del medio para crear fuertes contrastes de blanco y negro. En Puerto Rico figuras de la talla de Homar y Tufiño lo usaban con frecuencia —el extraordinario portafolio de la Plena está hecho en él—. Encontrarse de repente en nuestra tradición gráfica con estas piezas rompe pues, bastantes esquemas. Viéndola al lado de sus obras contemporáneas, las del joven José Rosa, por ejemplo, es fácil entender por qué la abstracción fue confundida con la vanguardia en Puerto Rico y por qué daba tanto trabajo aceptarla. Ciertamente suponía un cambio radical con la recién establecida y aún frágil escuela puertorriqueña.
De un linóleo a otra las estampas cambian de color y de composición drásticamente, a veces creando la imagen con a penas dos colores y una línea, a veces ostentando muchos hitos visuales. Pero en todas ellas domina una banda horizontal que crea una tensión elástica. Como preludio, pues, 14 paisajes no sólo presagian el llamado período telúrico de Hernández Cruz, sino su tremendo amor y compromiso con el género del paisaje, que ha seguido practicando hasta hoy en día regalándonos imágenes extraordinarias en su complejidad y belleza.
Formas de culturas arcaicas es una obra muy posterior. Una pequeña escultura en cerámica creada en 1977 podría pasar fácilmente desapercibida dentro de una obra escultórica que ostenta piezas de mucho mayor tamaño o más noble material. Como gran parte de su escultura, ésta plantea un acercamiento sutil al cuerpo. No se trata, por supuesto, de una escultura figurativa. Un cubo pequeño con una especie de pico en su tope y dos protuberancias laterales, a manera de pequeñas dagas, o lenguas, la pieza recuerda un fragmento arquitectónico; quizás una cornisa decorada o parte de una antigua ruina. Pero la mezcla de hendidura y protuberancia opera una alquimia extraordinaria y mientras más se la mira, más cruel parece este pequeño e inocuo pedazo de barro. Su hendidura superior recuerda un grito, sus protuberancias posteriores dagas, ya se ha dicho, pero también agresiones de otro tipo.
El efecto es rotundo y poderoso. Interesantemente, este efecto se repite en escultura tras escultura, sean éstas relieves en madera o pequeñas piezas de bronce. Con disimulo, usando el cubo o el plano como punto de partida, Hernández Cruz logra introducir la sugerencia del cuerpo en sus piezas.
Aunque parezca extraño decirlo, el cuerpo humano ha sido una de las grandes pasiones del "abstracto que se salva" como llamó la gran crítica latinoamericana Marta Traba a nuestro artista. El cuerpo no sólo aparece por asociación en su escultura, sino que ha venido materializándose de manera cada vez más evidente en su pintura. Cubiertos por cortinas de pinceladas al estilo post-impresionista o por retículas de líneas horizontales reminiscentes al cinetismo venezolano (tengo que señalar que Hernández Cruz es un artista de una cultura visual impresionante), el cuerpo y el paisaje son cada vez más contundentemente figurativos dentro de un marco abstracto. El resultado es una obra que nos invita a reflexionar sobre el contraste entre el rigor de la abstracción y el desorden que supone el deseo del pintor.
Pecado original es tan reciente que a penas se le ha secado la pintura. De la misma serie de las que el artista exhibió en Circa, donde fue honrado con un solo show, se trata de una pieza que juega con el arte Op de los sesenta. Alto contraste cromático y tensión entre superficie y fondo son los postulados básicos de esta pintura. Pero en este caso, es difícil saber por dónde empezar. ¿Empezamos por la "superficie" por llamar de alguna manera al entramado de pequeños cuadrados de diferentes colores que recuerdan un gigantesco tablero? ¿O nos rendimos antes de empezar y hablamos del fondo —una pareja, hombre y mujer, desnudos, claramente envueltos en un acto sexual?— Los colores del entramado abstracto, fuertes y contrastantes, llaman nuestra atención al punto de que, si nos concentramos en ellos sentimos nuestra vista entrar en una especie de trance que nubla la figura. Pero el color crema de la carne, la postura sexual que no podemos leer con claridad distraen, alan al espectador. "¿Entre el rigor y el deseo, quién debería ganar?" parece preguntarnos el artista.
La pregunta es excelente, como lo es la pieza misma. Hoy, en el día de su graduación, como parte de este merecido honor a Luis Hernández Cruz, me interesa dejarla abierta. Son ustedes artistas, un oficio anticuado y difícil, que crea bienes de lujo en una economía de necesidad. Su producto está diseñado para excitar la mente y avivar los sentidos. Con suerte, sus creaciones serán perdurables, ingresando a casas y museos y a la imaginación de quienes los consumen. Pero mientras más grande es nuestro museo imaginario más difícil es la tarea. Creadores de productos para consumir con los sentidos, la sensualidad, estoy segura, ya ha hecho mella en sus obras. Falta ahora ver qué cabida tiene en sus vidas y sus obras el rigor. No se llega a ser el artista abstracto por excelencia de un país, ni se recibe un homenaje tan singular como un doctorado honoris causa sin este último ingrediente. ¡Felicidades Luis, este es un honor muy merecido! ¡Felicidades graduandos!
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